Los investigadores reconocían no saber todavía qué formas de ansiedad o estrés materno son las más perjudiciales, pero sugerían que la relación con la pareja puede ser importante a este respecto.
En marzo de 2007 un equipo del Institute of Reproductive and Developmental Biology, del Imperial College London (8) (9), publicó una revisión de un conjunto de estudios que demuestran que, si una madre sufre estrés durante el embarazo, es más probable que su bebé tenga problemas emocionales o cognitivos (como riesgo de déficit de atención e hiperactividad, ansiedad, y retraso en el desarrollo del lenguaje), con independencia de los efectos de la depresión o ansiedad materna postnatal.
También señalaban que la magnitud de estos efectos es clínicamente significativa, ya que un 15% de los problemas emocionales o del comportamiento se deberían a estrés o ansiedad prenatal. Otras líneas de investigación apuntan que la exposición prenatal al estrés podría aumentar el riesgo de autismo (10).
Al parecer hay evidencias, tanto en animales, como en humanos de que el estrés prenatal puede producir comportamientos anormales después del nacimiento que coincide con los síntomas el autismo y también otras anormalidades que están presentes en el autismo como: déficits de aprendizaje, trastornos convulsivos, complicaciones perinatales, anomalías inmunológicas y neuroinflamatorias, y baja tolerancia postnatal al estrés en la infancia.
Como el estrés no sólo afecta al sistema nervioso, sino también al cardiovascular, al hormonal y al inmune, hay buenas razones para sospechar que el estrés emocional severo (sobre todo durante el primer trimestre de gestación, cuando muchos órganos se están formando), podría causar defectos congénitos, explican Dorthe Hansen y su equipo.
Los bebés nacidos de mujeres que habían sufrido experiencias graves durante el primer trimestre de embarazo, tenían más posibilidades de tener defectos de la cresta neural, una estructura de células que se cree que contribuye al desarrollo de la cabeza y la cara, como paladar, los dientes, la nariz, partes de los ojos, las orejas, la garganta y hasta el cráneo. Estas precisamente son las estructuras que más se han relacionado con acontecimientos estresantes durante el embarazo.
Las mujeres que habían sufrido la pérdida de otro hijo durante el primer trimestre de un embarazo, eran las que tenían mayores probabilidades de tener bebés con estos defectos, hasta cinco veces más posibilidades de labio leporino o defectos cardiacos, y si la muerte del hijo mayor era repentina, hasta ocho veces más.
En cambio, la probabilidad no era tan alta, si el acontecimiento grave ocurría antes del embarazo o en el segundo o tercer trimestre. Tampoco se observó relación entre estos defectos congénitos y experiencias como la muerte o enfermedad grave de la pareja durante el embarazo. Tampoco se vio relación entre estrés severo y otros tipos de defectos congénitos.
Muchas veces hablar sobre tus emociones puede bastar para tranquilizarte, aunque el médico también puede mandarte a un psicólogo si considera que necesitas ayuda más especializada o continuada.
Algunos estudios indican que un estrés severo y continuo a comienzos del embarazo, puede aumentar las posibilidades de desarrollar complicaciones, como por ejemplo preeclampsia y parto prematuro, aunque hay expertos que ponen en duda la validez de estos estudios. Otras investigaciones han demostrado que hay una relación entre estrés y ansiedad prolongados durante el embarazo, y el nacimiento de niños que cuando están en edad preescolar presentan problemas de hiperactividad. Por eso es muy importante que pidas ayuda si sientes que el estrés te está afectando intensamente y con frecuencia.
Las técnicas de meditación y visualización positiva también son útiles.
La meditación es una forma de relajarse concentrándote en un punto de enfoque mental o en tu propia respiración. La visualización positiva es una técnica para superar ansiedades mediante la creación de una imagen mental de una escena tranquilizadora. Puedes buscar en la biblioteca local o en Internet algunos libros que te enseñen a relajarte así, si nunca lo has realizado antes. También hay cintas o discos para inducir la relajación, que salen muy baratos (puedes encontrarlos a través de Internet o en una buena librería). Escoge un momento en que no vayas a tener ninguna interrupción y medita durante 20 minutos por lo menos.
El ejercicio físico también reduce la tensión, así que continúa haciéndolo, siempre que sea una actividad segura. Si tienes dudas al respecto, pregúntale a tu doctor si lo es. Si vas a una clase de gimnasia, informa a la profesora de que estás embarazada para que adapte los ejercicios de una forma segura, para ti y para el bebé.
Cuando estés en el trabajo, levántate y a la hora de la comida trata de salir a respirar un poco de aire fresco, aunque sea solamente diez minutos y camina de vez en cuando si tu puesto requiere que pases mucho tiempo sentada.
CONSIÉNTETE
No hay nada más relajante que reír,
así que aprovecha cualquier ocasión de soltar unas buenas carcajadas. ¿Acaban de estrenar una buena comedia? Pues vete al cine con unas amigas. Tus nervios se disiparán con las primeras risas. Un viajecito de fin de semana con tu pareja o unas horas en un balneario que ofrezca tratamientos específicos para mujeres embarazadas son antídotos ideales contra el estrés. El embarazo también es el momento perfecto, para consentirte de vez en cuando con pequeños lujos que normalmente no te permites. Por ejemplo, cuando la panza crezca tanto, que casi te cueste tocarte los pies, date el gusto de regalarte una pedicura.
Estudios en el pasado ya ha demostrado que el estrés puede “contagiarse” de la madre a sus hijos. Pero esta investigación muestra por primera vez, que la asociación no solo es ambiental sino también biológica.
Según los investigadores de la Universidad de Konstanz, el estrés puede pasar de la madre al feto en el útero y tener un efecto que puede durar toda la vida. Cuando posteriormente los científicos estudiaron a los hijos de esas mujeres, cuando tenían entre 10 y 19 años, encontraron cambios en un gen, el del receptor de glucocorticoides (GR), que es esencial en la respuesta del individuo ante el estrés.
El GR, ayuda a regular la respuesta hormonal del organismo ante el estrés. Estudios en el pasado han demostrado que el estrés puede contagiarse, es decir, puede hacer a un individuo más consciente del estrés para poder reaccionar a este, más rápido, tanto mental, como hormonalmente.
Los adolescentes de madres que vivieron un embarazo normal y relajado no mostraban esos cambios. Este tipo de alteraciones genéticas, según los investigadores, ocurren principalmente cuando el bebé se está desarrollando en el útero.
“Parecería como si el feto recibiera señales de su madre que le indican que va a nacer en un mundo peligroso. Los adolescentes de estas madres eran los más impulsivos”, explica el profesor Elbert. “También mostraron un umbral más bajo ante el estrés y parecen ser más susceptibles a este”.
Cuando se somete a una mujer embarazada a altos niveles de tensión y ansiedad, el bebé se ve seriamente perjudicado. En primera instancia aumenta el riesgo de parto prematuro e incluso, el aborto. También puede que nazca con un peso demasiado bajo y con un sistema inmune débil.
“Hoy en día un recién nacido tiene 50 veces más probabilidades de sufrir estrés que hace 15 años, según un estudio dirigido por el doctor Francisco Miguel Tobal, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
No permitamos que el estrés se convierta más en un factor común desde el embarazo, aprendamos a reconocerlo y a manejarlo.
Fuente:
Casa de padres, escuela de hijos López Alzira edit. San Pablo.
El primer año de vida del niño A. Spitz René.