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El propósito de la muerte de mi hijo

Las experiencias de vida a veces parecen que la única razón o sentido que tienen es causar dolor, tristeza y sufrimiento. Nos llenan de dudas, de rabia, de rencor y sobre todo un cuestionamiento constante de si es que realmente existe la justicia.

Hace 33 años, siendo yo una adolescente de 16, nació mi primer hijo, un varón hermoso de 7 libras con 3 onzas que vino a revolucionar mi vida, mis sueños, mis ambiciones y mis anhelos para fusionarlos en una sola convicción; tenerlo a costa de lo que fuera, incluso de mí misma.

Transcurrieron los 9 meses de embarazo y llegó el día, fue un parto natural muy doloroso. Acompañada como siempre de mis padres y mis hermanos, allí estaba su papá también, el primer nieto, el primer hijo y casi hermanito de sus tíos, el 21 de marzo nació Iván.

Llena de inexperiencia, recuerdo que cuando le daba de mamar me quedaba dormida por el cansancio. Mi actividad favorita era vestirlo combinándole los trajecitos con sus baberos, al menos 5 veces al día, ¡¡¡y no se diga bañarlo!!!, era una aventura marítima de al menos una hora en la bañera, parecía un muñequito, como los dormilones de aquella época. En una ocasión se quedó dormido mamando el agua de la esponja, era solo una niña jugando a ser mamá.

Una mañana a sus 21 días de nacido exactamente, no paraba de llorar y se veía como agitado, bajé angustiada a pedir ayuda a mis amigas que vivían en el apartamento del primer nivel (amaban cargarlo) y me dijeron que estaba extraño, se tranquilizó y luego empezó de nuevo con el llanto y la agitación.

Llamé por teléfono a mi mamá, siempre atenta a nosotros, y lo llevamos a la Pediatra, una doctora joven, yo la veía tan grande, tan sabía, que en cuanto entré sentí calma. Lo examinó una y otra vez, hasta que dijo que lo mejor era llevarlo con un Cardiólogo porque había un sonido extraño en su corazón y quería estar segura del diagnóstico.

Al día siguiente lo llevamos al Cardiólogo y dijo que había un problema con su corazón, que debían realizar más exámenes, pero que mientras tanto, debía estar en un hospital para que estuviera con oxigeno e hidratación permanente, ya que, para este momento, a la  agitación se había sumado el vómito constante, tanto si mamaba como si tomaba biberón.

Luego de varios días, entre hospitales y exámenes, nos dijeron que debía ser intervenido, que tenía una Cardiopatía congénita, para la cual la única solución, era una cirugía a corazón abierto.

Los médicos nos explicaron que este tipo de cirugía se estaba empezando a realizar en Estados Unidos, para entonces, ya algunas en humanos (las primeras prácticas fueron en perros), pero no de tan corta edad como mi hijo. El único Cirujano Cardio Vascular que podía realizarla en Guatemala llegó a platicar con nosotros, cuando entró a la habitación preguntó, ¿dónde está la mamá del bebé? (yo estaba allí, pero creo que pensó que era la hermanita), nunca voy a olvidar su cara de ternura y pena cuando le dijeron que era yo.

La decisión había que tomarla bajo la consigna de que esperar para hacer arreglos y eventualmente poder llevarlo a estados Unidos implicaba burocracia, esto era igual a tiempo, que ya no teníamos a favor, o bien, operarlo acá, conscientes de que era la primera cirugía de esta magnitud realizada en un niño de tan corta edad, y lo más duro, pero al final la realidad, que ninguna de las alternativas, garantizaba que Iván sobreviviría.

El 07 de mayo de 1990, en medio de las tristes consecuencias de una tragedia aérea que dejo muertos y heridos atendidos en el mismo hospital en el que estábamos, Iván finalmente ingresó a cirugía a las 7:00 de la mañana, estaba desesperado, alimentándose a través de una sonda, esclavizado de pies y manos a causa de los drenajes, suero  y demás cosas que llevaba encima previo a ser intervenido.

Resuena en mi mente su llanto cuando lo llevaban en la camilla, gritaba ma,ma…ya con poco volumen por el agotamiento. Fue lo último que escuché a lo largo de todo el pasillo frío y gris que conducía hasta el ascensor donde lo subieron hasta el quirófano. Pude besarlo y acariciarlo utilizando mascarilla, habían sido tantas noches de desvelo que ese día amanecí agripada.

Inició la espera más larga de mi vida, doce horas después, llegaron los médicos hasta donde estábamos, las noticias tan ansiadas luego de todo un día de angustia. El cirujano principal nos dijo: la cirugía fue larga, satisfactorio el procedimiento, desafortunadamente la condición física y orgánica del bebé no permitió que hubiera una buena evolución y su corazón no respondió… Iván había muerto.

La desolación y miles de preguntas inundaron mi vida por años a partir de ese día, muchos en realidad, nunca volví a visitar su tumba, evitaba siempre el tema, y no fue sino hasta 32 años después, que gracias a mi trabajo tuve que reencontrarme con pediatras, situaciones de duelo similares, coincidencias con fechas y… el detonante, escuchar el nombre de su pediatra, todo esto hizo que me derrumbara, lloré como nunca lo había hecho antes, pude encontrarme cara a cara con esa herida y darme permiso para expresar lo mucho que aún me dolía, ¡por fin sentí, por fin la alivié!

Hoy 14 de febrero, se conmemora el Día Mundial de las Cardiopatías Congénitas, por asuntos de trabajo nuevamente (el cual amo) ayer 13 de febrero, tuve que hablar con un Cardiólogo Pediatra, cuando me dieron su referencia, era el nombre de quien diagnosticó a mi hijo.

Muy contenta lo llamé y casi al final de nuestra conversación, hablamos de cómo y por qué lo conocí hace 33 años; de forma firme y humilde me dijo: cómo olvidar el caso de tu hijo, fue uno de los más duros al inicio de mi carrera… yo le respondí: me impresiona como todo ha evolucionado, solo Dios sabe por qué pasó esto y en una época en que no habían tantos avances, ahora es tan común y se salvan; luego de un corto silencio con voz fuerte y sin titubeos, amoroso como él es, expresó: por duro y feo que suene, date cuenta de todo lo que gracias a tu hijo aprendimos y es por él que hoy podemos salvar a tantos niños.

Siempre estuve segura de que el doctor no recordaba el caso de mi hijo, que había sido uno más, hoy veo luz después de tanta oscuridad y me doy cuenta cuál fue “el propósito de la muerte de mi hijo”, ya que enriqueció tantas vidas, además, me sorprende la forma misteriosa y llena de sabiduría, en que el camino que he recorrido durante 33 años luego de su partida, me trajo a entenderlo con tanta paz y dicha.

Doctor Mauricio O´Conell

Gracias Doctor Mauricio O´Conell, Dra. Anna Lillian Iriarte, Dr. Alfonso Cabrera, gracias vida y gracias mi Dios, por hacer latir con amor, humildad y gratitud mi corazón y haber tenido en sus manos, el corazón de Iván.

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