¿Qué es para ti la sabiduría?, le pregunté a mi hija de diez y nueve años, ella me respondió riendo: es la experiencia que se adquiere a través del tiempo, ¡oh!… no sé.
Creo que lo más cercano a la respuesta que nos damos todos los seres humanos, es la segunda, no sé, porque a pesar de ser una palabra fácil de usar, tan común para elogiar y tan práctica para comparar, sobre todo cuando emitimos juicio sobre la equivocación de alguien más y creemos ser muy sabios, realmente es muy compleja de definir, como complejo es hacerla eco a través de nuestros hechos y multiplicadora de bien para nuestros semejantes.
Si todos fuéramos sabios, el mundo sería perfecto y nunca tendríamos algo nuevo que aprender, pues nunca nos equivocaríamos y no habría razón para recapacitar y volver a empezar, las lecciones de la vida perderían su razón. Estamos inscritos en la escuela de la sabiduría desde que somos concebidos, nos acompañan a lo largo de los años nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros maestros y amigos que se convierten en mentores, aun cuando en muchos casos cualquiera de estos, son un anhelo provocado por su ausencia. Finalmente, el tiempo no se detiene y seguimos inmersos en esta aventura llamada, crecer.

A veces pareciera que vivirlo todo es urgente y en medio del ímpetu e inmadurez de nuestra juventud, perdemos de vista que tenemos por delante un hermoso camino por recorrer, pero paso a paso y disfrutando del tiempo que cada uno nos lleva.
Nos dejamos llevar y, cuando volteamos a ver, nos damos cuenta de que dejamos pasar oportunidades, vivencias, sueños y triunfos, cuando finalmente esto ya no importa, pues el tiempo no volverá, lo bueno es que no todo está perdido, más aún cuando las lecciones son aprendidas y aunque duela y sintamos frustración, nos disponemos a escribir una nueva página de nuestra historia.
Con el paso de los años, aquietamos nuestra curiosidad y tenemos menos prisa, es entonces cuando recordamos y entendemos por qué nuestros padres trataron de advertirnos, todo lo que nos quisieron evitar, pero no nos detuvimos a escuchar.

Siendo padres empezamos a ser mejores hijos, luego al ser abuelos mejores padres y por último al ser ancianos y dar un vistazo hacia el camino recorrido, nos damos cuenta de que casi estamos graduados de la escuela de la sabiduría, por lo mucho que erramos, somos más pacientes y dispuestos a ayudar, entendiendo y respetando lo que cada uno decide hacer o no hacer, somos más prudentes, más serenos, más amor.
Para nuestra fortuna, aunque la graduación esté cerca, nunca dejamos de aprender, pues nunca dejamos de equivocarnos, lo más importante es cada mañana al despertar y sabernos con vida, disponernos con amor y gratitud, a hacer siempre nuestro mejor esfuerzo dando lo mejor, por nosotros mismos, primeramente, para de todo esto, también dar y darnos a los demás.
Leí una meditación que preciosamente decía: “La sabiduría preexiste a toda la creación, es una relación placentera con Dios y con la humanidad, pues está bailando con el universo”. (Diario Bíblico Claretiano CICLA).
Bailemos con el universo y deleitémonos con la música de la sabiduría que nos rodea, hablándonos en el silencio de nuestro interior.