Los coronavirus son una gran familia, que han existido hace millones de años en nuestro planeta. Han causado varias epidemias, con altas tasas de mortalidad, las dos últimas fueron en el 2002 (SARS COV-1) y 2012 (MERS), en China y Arabia, respectivamente.
Todas estas infecciones parecen venir de la transmisión conocida como zoonosis, esto es, un microorganismo que muta y pasa de una especie animal, a otra. Así, el coronavirus suele estar alojado en murciélagos, cobayos, camellos, entre otros, y cuando adquiere una mutación que le permite atacar a células humanas, comienzan los brotes y posiblemente las epidemias, si no se controla a tiempo.
La razón de las epidemias intermitentes, es decir, que ocurren cada cierta cantidad de tiempo, con años libres de ellas, es debido al tiempo que tardan estos virus en generar nuevas mutaciones, capaces de eludir el sistema inmunológico de los seres humanos. Cuando esto ocurre, el sistema de defensas de cada hospedador será el determinante en la gravedad de la enfermedad.
Así, como en cualquier ejército, existen varios “equipos” de defensa, cada uno especializado en una actividad diferente en el sistema inmune del ser humano. Los más importantes son dos: el sistema inmune innato y el adquirido.
El primero es un sistema fuerte, aunque impulsivo y arcaico, que no genera ningún tipo de memoria frente al organismo que ha atacado.
El segundo es el que genera la respuesta por anticuerpos, además de una memoria que protegerá cada vez con mayor efectividad al hospedador, cada vez que entre en contacto con el microorganismo.
Cabe mencionar que recientemente se le está dando cada vez una mayor importancia al microbiota indígena, esto es, las bacterias que viven en simbiosis con nuestros cuerpos, en nuestra piel, tracto gastrointestinal, respiratorio, etc.
De hecho, ya se ha descrito que patologías como los cálculos biliares, el asma o los infartos de miocardio tienen una fuerte relación con la calidad y el tipo de bacterias que alberga nuestro organismo. ¡¡¡Y no es para menos, pensando que un cuerpo humano tiene 30 mil millones de células y 36 mil millones de bacterias!!! Tenemos más bacterias que células en nuestro organismo.
Volviendo a la respuesta inmunológica hacia el coronavirus actual, dado que es la primera vez que el cuerpo humano tiene contacto con este virus, su respuesta puede ser de varios tipos; desde una respuesta correcta y controlada, por parte del sistema inmune innato, que detiene al virus sin causar un daño excesivo en los tejidos del cuerpo, hasta una respuesta exagerada, en la que se lanzan “bombas atómicas para matar a una mosca”… la mosca muere, pero el terreno donde se dio dicha batalla, nuestros órganos, especialmente los pulmones, terminan muy lastimados, a veces tanto que pueden llegar a su colapso, sin quedar ningún sitio sano de pulmón para cumplir su misión del intercambio de oxígeno y dióxido de carbono con la sangre, y, por tanto, la necesidad de ventilación mecánica e incluso la muerte.
Una respuesta adicional del sistema de defensas, como búsqueda del control del virus, es la formación de trombos, con el fin de “encerrarlo” en una malla de coágulo, que no permita que “escape” por la sangre hacia otros tejidos, ocluyendo arterias.
El problema en este caso es que el tejido que recibía la sangre de dicha arteria, pasa por un proceso denominado “necrosis”, esto es, que el tejido no recibe los nutrientes suficientes para vivir, y por tanto, muere y se vuelve un sitio propenso para la sobreinfección por bacterias y nuevos gérmenes, dispuestos a nutrirse del tejido inviable.
Existen factores de riesgo, que claramente están relacionados con el desarrollo de una infección más grave, como son la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, el tabaquismo, la edad arriba de los 65 años, cocinar con leña, la obesidad, la apnea del sueño, la insuficiencia renal crónica, las enfermedades autoinmunes… entre otros.
A pesar de ello, se han descrito muchos casos de pacientes jóvenes y sin factores de riesgo aparentes, que han desarrollado infecciones graves y letales.
Cabe mencionar, que no se ha visto una mayor gravedad de afectación en pacientes asmáticos, pacientes con VIH, y, curiosamente, en pacientes que han tenido una tuberculosis previa activa o diagnosticada, en el mismo momento de la infección por Covid 19.
A pesar de que un 80% de las personas, desarrollará una respuesta inmune adecuada y tendrán una afectación leve o moderada, un 20 % de los pacientes, tendrá una enfermedad grave con inflamación pulmonar importante y/o formación de trombosis pulmonar y/o en otros órganos, que requerirá tratamiento en una unidad de cuidados intensivos, con ventilación mecánica, tratamiento inmunosupresor en altas dosis y tratamiento anticoagulante.
El SARS COV-2, causante de la pandemia Covid 19, puede afectar a los pacientes, por tanto, de 3 formas principales, que, según la gravedad, se pueden dividir en fases:
Fase I
En esta, la enfermedad se limita a la vía respiratoria superior, causando faringitis, laringitis, rinosinusitis, además de malestar general y pudiendo causar pérdida del olfato y/o el sentido del gusto. Afecta a un 70 a 80% de los infectados.
Su gravedad es muy leve y suele resolverse espontáneamente, sin necesidad de más tratamiento que el sintomático. En esta fase, es importante el seguimiento de los pacientes con factores de riesgo de progresar a fases posteriores, en las que el virus genera la inflamación y la trombosis, descritas previamente.
Se debe valorar en esta fase, el inicio de los medicamentos con efectos antivirales, como el Remdesivir, principalmente en los pacientes con factores de riesgo para progresión a fases II y III, pues es en este momento cuando se puede tener resultados óptimos con dichos medicamentos (dado que la carga viral se encuentra más elevada los primeros 7 días de la enfermedad).
Fases II a y b
Se da en torno a un 15-25 % de los casos. En estas fases, el coronavirus afecta a los pulmones de una manera leve/ moderada o grave, respectivamente.
Los factores de riesgo para progresar a estas etapas de la enfermedad son clínicos, como la Diabetes Mellitus, la Hipertensión Arterial, etc; y de laboratorio, como ciertos marcadores de inflamación y/o de trombosis, elevados.
Es en estos pacientes, en los que hay que iniciar tratamiento inmunosupresor y anticoagulante, cuya dosis variará, según el riesgo individualizado de progresión y desarrollo de inflamación y trombosis severas.
Con dichas medidas, en estas fases, se ha alcanzado una supervivencia del 98% en nuestro país, tasa muy superior a las registradas al inicio de la pandemia en otros países occidentales y orientales.
Fase III
Se da en torno a un 5% de los casos. En esta fase, los pacientes desarrollan un distrés pulmonar grave, que necesita en general la ayuda de la ventilación mecánica, pues el paciente se ve agotado ante la necesidad de suplir una función pulmonar extremadamente reducida. Podemos entender esto mejor, haciendo el símil mental de que el paciente está realizando un esfuerzo equivalente a “corriendo una maratón”, dado el daño pulmonar tan extenso.
Dado que es imposible “correr una maratón” por varios días seguidos, es que se necesita ayudar al paciente a respirar, usando los pocos espacios de pulmón sano residuales, haciendo “tiempo” para permitir que los medicamentos inmunosupresores y antitrombóticos, así como su sistema de defensas, vayan “limpiando” los pulmones y retornen progresivamente a una función normal.
En esta fase, también puede haber daño a otros niveles, incluídos los riñones, cerebro, corazón, etc; que se conoce como choque séptico, y puede haber formación de coágulos a esos niveles, ya haciendo muy difícil la recuperación del paciente, dado el daño en múltiples órganos vitales.
Los pacientes que llegan a esta fase tienen una mortalidad del 50 al 80%.
Por estas razones, es fundamental una buena monitorización de los pacientes desde las fases iniciales y el inicio de las terapias correspondientes, de forma oportuna, para evitar el avance a fases posteriores, cada vez más difíciles de resolver.
Podemos concluir, por tanto, que la solución para esta enfermedad está en la capacidad para prever y prevenir la progresión del virus a etapas posteriores. Así, la mejor medida ante el coronavirus consiste en evitar la infección, con el uso de mascarillas, el distanciamiento entre personas y el lavado de manos.
Si se adquiere la enfermedad, es prioritario el diagnóstico inmediato y el seguimiento estrecho por un médico entrenado en la enfermedad, y si es preciso, comenzar los medicamentos eficaces para reducir el riesgo de progresión a las fases más graves.
El virus se transmite de humano a humano, por tanto, la solución a esta pandemia estará en el momento en que desarrollemos lo que se conoce como “inmunidad de rebaño”, esto es, que un porcentaje significativo de la población haya estado expuesta al virus, de tal manera que ya no tenga “portadores” para seguir infectando a más gente.
Se estima que es necesario un 60% de población infectada para que esto ocurra. Lo cierto es que está en nosotros elegir cómo tendremos ese contacto, directamente con el virus o a través de la vacuna, que está cerca de venir a Guatemala. Cualquiera de las dos exposiciones puede tener algún riesgo, la primera claramente uno mayor que la segunda.
El virus ha venido para quedarse y, tarde o temprano, habrá inmunidad de rebaño. Nosotros elegimos el tipo de contacto que tendremos con él.