A todos nos encantaría que al decir que los horarios y la actividad regresa a la normalidad, realmente todo volviera a ser como antes, pero, no es así, solamente se eliminó el toque de queda, las restricciones de movilización y todo aquello que, de alguna manera, nos permita, sobre todo, reactivar la economía.
Todos fuimos afectados de diferentes formas con esta pandemia, sin discriminación alguna, muchos en la salud, otros con pérdidas de seres queridos, otros financieramente y una gran mayoría emocionalmente. La amenaza sigue latente, la intención no es provocar pánico, lo que hoy queremos, es hacer un llamado a la conciencia, a la empatía y a la solidaridad, si bien es cierto, la etapa más crítica al no saber ante qué estábamos luchando, ya pasó, sin embargo, el riesgo prevalece, aún no hay una cura, o una vacuna que evite el ser contagiados.
De lo que hemos visto y aprendido, ningún cuerpo reacciona igual a otro, seguramente por allí andan muchas personas que, sin saberlo, son asintomáticas y sin quererlo, contagian a otras que no son resistentes a este virus.
Las imágenes de pobreza, limitación, dolor, desesperanza, incertidumbre y desesperación que vemos en las redes sociales o en las noticias, se quedan cortas, con la realidad cruel y despiadada que se vive en los hospitales, no porque los médicos sean malos, no porque los hospitales dejen mucho que desear… sencillamente ya no hay espacio, pareciera que se perdió el rumbo y de pronto la gente olvida, que el virus sigue vivo y sigue acechando.
Muchas personas han sido contagiadas, por la irresponsabilidad de aquellos que retan a la muerte y en un acto de injusticia, llevan el virus a sus casas, nos quejamos de los hospitales privados, porque son impagables, nos quejamos de los hospitales públicos, porque están llenos de limitaciones y no atienden bien ni con prontitud a los pacientes, criticamos al seguro social, porque no es para todos y así, pareciera que nada es suficiente y además de gratis, todo lo queremos fácil.
Llegó el momento de responsabilizarnos, recordar que queramos o no aceptarlo, somos la consecuencia de nuestras decisiones y nuestros actos, lavarse las manos hoy es un protocolo preventivo, cuando la verdad es que es un hábito de higiene que desde el más pequeño al más grande deberíamos tenerlo como parte de nuestras buenas costumbres siempre, la mascarilla se ha convertido en un negocio que dicho sea de paso, va en decadencia, cuando al inicio de la pandemia, estábamos incluso dispuestos a pagar lo que fuera, por tener la mejor, mantener el distanciamiento físico es una burla y se justifica de mil maneras el incumplirlo, cuando hasta por comodidad e higiene, deberíamos siempre ponerlo en práctica.
Así como se llevó todos estos meses el valorar y descubrir la libertad y la dicha que disfrutábamos antes de la pandemia, vale la pena que reflexionemos y pensemos, si realmente aprendimos algo y de verdad generó en nosotros cambios, que hoy nos sumen, como personas, como familias y como sociedad.
Usar la mascarilla correctamente, lavarnos las manos, guardar y respetar el distanciamiento físico, también son acciones de amor, de respeto y solidaridad, ¿de qué nos sirve dar monedas en los semáforos, lamentar y criticar lo que vemos en las redes sociales, sublevarnos iracundamente diciendo ser muy conscientes, cuando las palabras se las lleva el viento y nuestras acciones contradicen lo que decimos.
Guatemala somos todos, Guatemala nos necesita, los guatemaltecos no fuimos hechos para resignarnos y cruzarnos de brazos a esperar que nos regalen, que nos tengan lástima y alguien haga por nosotros lo que nos corresponde, responsabilicémonos y no bajemos la guardia, defendamos nuestra vida y la de los demás, con valentía y determinación.
Ya pasamos lo peor, miremos con esperanza y sigamos adelante hasta ver llegar lo mejor, cumplamos y respetemos, por nuestra vida y la de los demás. IGSS